Castleblayney (Irlanda) - Entre la Irlanda del sur y la del norte, nadie quiere ni imaginar un regreso, por culpa del Brexit, de los controles fronterizos, sinónimo de "desastre económico" y susceptibles de despertar viejos demonios.

Michel Barnier, el hombre que conducirá, en nombre de la Unión Europea, las negociaciones de salida del Reino Unido, se acercó a principios de mayo a hablar con los granjeros y empresarios agroalimentarios de la región de Castleblayney, en el norte de la República de Irlanda, a un tiro de piedra de su vecino, la provincia británica de Irlanda del Norte.

El lugar, reino de las vacas, parece apacible, pero los ánimos están caldeados desde que los británicos votaron a favor de abandonar la UE el 23 de junio de 2016.

La perspectiva del restablecimiento de lo que aquí se llama "frontera dura" entre la República de Irlanda, que seguirá siendo miembro de la UE, y la parte irlandesa-británica, que se verá arrastrada fuera del bloque pese a haber votado en contra, se vive como una pesadilla, tres décadas después del Acuerdo de Paz de Viernes Santo, que puso fin a tres décadas de conflicto entre los partidarios de Dublín y los leales a Londres.

"No podemos ni siquiera imaginar la amplitud de los daños" que eso causaría, lamentó Damian McGenity, un ganadero de 43 años que trabaja además en una oficina postal en Jonesborough, en el lado norirlandés de la zona.

"El comercio se detendría literalmente, y el impacto social sería inmenso: más de dos millones de vehículos atraviesan la frontera cada mes, 30.000 personas la cruzan cada día para ir a trabajar. No vamos a tolerar volver a los alambres de espino", insistió.

'Todos irlandeses'

La inquietud de se centra en el impacto económico en una zona donde el desempleo es hoy del 3%, en contraste con el 25% de los años del conflicto.

Las dos economías están imbricadas de tal manera que, por ejemplo, el 40% de la producción de leche norirlandesa se trata al otro lado de la frontera.

La salida del mercado único de Reino Unido, y con ella la de Irlanda del Norte, podría tener un impacto gigante. "Es un desastre financiero. Somos una isla y todos irlandeses, esto no tiene ningún sentido", se alarma David McNamee, un repartidor de 56 años.

La frontera existe, hoy en día, pero es virtual. Atraviesa campos, pueblos e incluso casas.

En diez minutos en automóvil se puede llegar a atravesar varias veces sin darse cuenta. Para orientarse y saber en qué país se está, hay que mirar las señales de velocidad: si estén en millas, estamos en el lado británico, si están en kilómetros, en el norirlandés.

Kevin Black, de 50 años, habita en el sur, a 200 metros de la línea de demarcación. Hace sus compras "enfrente". Su hija trabaja a unos cientos de metros de su casa, en un restaurante del norte. Él mismo es conductor de tren y hace varias veces por semana el trayecto entre Dublín y Belfast. Restablecer la frontera "sería una locura".

"Fui soldado en el ejército irlandés hace 22 años y estaba destinado justo ahí", explicó, señalando un punto junto a un riachuelo en el que entonces había un puesto fronterizo.

 

'Nadie quiere revivir aquello'

"Los helicópteros sobrevolaban el cielo sin cesar", recuerda. "Nadie quiere revivir aquello", afirma, recordando el conflicto que dejó 3.500 muertos en 30 años.Para Ben Tonra, profesor de relaciones internacionales en la Universidad College Dublin, existe ese peligro. "Si recuperas los puestos fronterizos, la frontera será de nuevo concreta y se convertirá en un blanco para quienes recurrieron a la violencia en el pasado", estima.

Damian McGenity, el ganadero, está inquieto. "Algunos republicanos disidentes lo están esperando para volver a la violencia", estima.

Michel Barnier aseguró que quiere hacer todo lo posible para "preservar el acuerdo de paz de Viernes Santo y hallar soluciones sin volver a las fronteras estrictas".

Para ello, "habrá que ser creativo y flexible", advirtió Ben Tonra. Ofrecer a Irlanda del Norte un estatuto especial dentro de la UE sería una posibilidad, como renunciar a la frontera terrestre e instalarla sólo en puertos y aeropuertos.

"Sea lo que sea, será increíblemente difícil y complejo", advirtió el profesor Tonra, "porque estamos ante un caso sin precedente. El trabajo será enorme".

Por Jacques Klopp

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